lunes, 10 de noviembre de 2014

ALMENDROS DE LA QUINTA DE LOS MOLINOS



El parque de la Quinta de los Molinos se encuentra situado entre las calles Alcalá (al sur), Juan Ignacio Luca de Tena (norte), Miami (oeste) y 25 de Septiembre (este) y tiene su acceso principal por la calle Alcalá, entre los números 527 y 531, junto a la entrada de la estación del metro de Suances.

Entrada al parque por la calle Alcalá.
Es una más de las fincas que han permanecido en manos privadas y libre de la especulación urbanística hasta muy recientemente (1982), lo que ha permitido que, al convertirse en patrimonio municipal, podamos disfrutar todos los ciudadanos de un parque único, precioso y preciado en una urbe como es Madrid.

Su nombre se debe a los molinos para la extracción de agua que se trajeron de Estados Unidos en 1920 y que aun pueden verse en la actualidad, restaurados y en funcionamiento, aunque con una finalidad exclusivamente educativa. Con estos molinos y con la abundante agua proporcionada por los dos arroyos que la recorrían (arroyo de los Trancos, al norte, y arroyo de la Quinta, al sur)  y los pozos y manantiales que se fueron encontrando al crear la finca, se pudo diseñar un espacio donde se alternaba el jardín floral con el bosque y las huertas.

El origen de la quinta está en una pequeña finca junto al actual estanque, al norte de la vaguada formada por el arroyo de los Trancos, que su propietario, Don Ildefonso Pérez de Guzmán el Bueno y Gordón (1862-1936), IV conde de Torre Arias (entre 1871 y 1936), cedió a su amigo el arquitecto César Cort en 1920, a cambio de la construcción de su palacio en la calle General Martínez Campos de Madrid.

Uno de los dos molinos que dio nombre al parque, junto al depósito del agua
Don César Cort Boti (Alcoy 1893-Alicante 1978) fue un arquitecto especializado en urbanismo, primer catedrático de Urbanismo en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid y Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Concejal de urbanismo del Ayuntamiento de Madrid y amigo y seguidor de Arturo Soria, fue el responsable de la elaboración del Plan de Extensión de Murcia (1928) y del Plan de Ensanche y Reforma Interior de Valladolid durante la Guerra Civil.

Cort fue ampliando la extensión de la finca e incorporando nuevas parcelas hasta los años 70 que llegó casi a las 30 hectáreas, dándole un estilo mediterráneo, propio de su lugar de origen.  Tras su muerte y algunos años de abandono, sus herederos y el Ayuntamiento de Madrid acordaron la incorporación al patrimonio municipal de toda la finca, excepto una cuarta parte que se destinó a uso residencial. A partir de ese momento el Ayuntamiento inició un proceso de restauración que acabó con la inclusión de la finca en el catálogo de Parques y Jardines de Especial Protección en el Plan General de Ordenación Urbana de 1997.

 
Calle que conduce desde la entrada a la zona edificada de la finca
Actualmente, nada más atravesar el edificio de entrada, nos encontramos con una larga carretera, asfaltada y flanqueada por plátanos de sombra, que nos conducirá directamente a la zona edificada de la finca. Pero si nos olvidamos un momento de ella y nos desviamos a la derecha, accederemos al primer cuartel de almendros, los protagonistas indiscutibles del parque. Y si nuestra visita se realiza en los meses de febrero/marzo y los almendros se encuentran en flor, el espectáculo será grandioso.

El nombre científico del almendro es Prunus dulcis aunque también podemos encontrarlo como Prunus amygdalus o Amygdalus communis. El nombre genérico, prunus, lo incluye en el grupo de los árboles futales y el específico, dulcis, hace referencia a la dulzura de sus frutos en la variedad dulce y distinguirlo así de la amarga.

El término castellano almendra procede de una arabización de mandorla y ésta de la palabra latina amyndăla, que, por su parte, es una variación de amygdăla. A su vez, el nombre común del árbol, procede de la palabra latina de origen griego amygdalus, que significa “árbol hermoso”.  

Almendros del la quinta al iniciarse la floración
Se trata de un árbol que puede llegar a alcanzar los 8 o 10 metros de altura (algo inhabitual en los cultivados), con el tronco grueso y retorcido. La corteza es de color gris oscuro y muy agrietada en los árboles maduros. De fuertes raíces, la copa es ancha, irregular y muy ramificada. Sus hojas son alargadas y caducas y aparecen en el árbol después de las flores.

Las flores son muy numerosas. Fácilmente cubren toda la copa del árbol y proporcionan al campo de almendros el espectacular aspecto que podemos presenciar durante algunos días de los últimos meses del invierno. Cuando caen, tapizan el suelo de blanco y rosa como una suave y dulce nevada.

Flor de almendro.
El Infante Don Juan Manuel nos cuenta en su libro El Conde Lucanor cómo el rey-poeta de Córdoba, al-Mutamid, sorprendió a su favorita, al-Rumaykiya, llorando porque añoraba la nieve; entonces, mando plantar almendros por toda la sierra para que pudiera tener la impresión de que se encontraba nevada.

El almendro es todo un símbolo. Es el heraldo del final del invierno. Su floración puede iniciarse en el sur en enero (incluso a finales de diciembre), en febrero lo hará en la zona centro, y en marzo más al norte. En Escandinavia no florecerá hasta junio. En cualquier caso, la floración del almendro indica que la temperatura diurna del aire es ya superior a los 8 grados centígrados, aunque la máxima actividad de floración y la mayor visita de insectos tendrá lugar entre los 15 y 25 grados.

Su fruto, los almendrucos, nos harán esperar 8 o 9 meses. Son frutos ovalados de color verde que contienen un núcleo leñoso en el que se encuentran de 1 a 2 semillas (almendras) de color marrón.   Se resquebrajan al madurar y pueden permanecer largo tiempo en el árbol

Hojas y fruto del almendro
Los griegos, tradicionalmente favorecedores de los procesos naturales, no podían evitar sorprenderse por el hecho de que este árbol se comportase de forma diferente al resto y floreciese antes de que brotasen las hojas. Como a todo lo que les intrigaba, le buscaron una explicación a través de la mitología. Fílide, princesa tracia, estaba enamorada de Acamante, guerrero en Troya. Tras el fin de la guerra, esperó pacientemente su regreso. Pero al pasar los días y no producirse la llegada, murió de pena creyendo que había muerto. La diosa Atenea, compadeciéndose de ella, la convirtió en almendro y, curiosamente, al día siguiente llegó la nave con Acamante que se tuvo que conformar con acariciar la corteza del árbol. Fílide, ahora almendro, respondió a su amado floreciendo de repente, sin que hubiera dado tiempo a que las hojas brotasen. Y así sería como, año tras año, los almendros repiten su precoz floración y los antiguos atenienses aprovechaban para recordar a estos enamorados con fiestas y danzas.

Es un árbol que se adapta a cualquier tipo de suelo siempre que sea luminoso y seco. Aguanta bien el frío, pero las heladas pueden perjudicarle, sobre todo cuando ya ha florecido. Es de rápido crecimiento y puede llevar a vivir unos 80 años.

Se trata de un árbol muy mediterráneo que lleva con nosotros varios milenios. Sin embargo, su origen y donde se cría de forma silvestre se encuentra en la zona este de este mar y en Asia Central. Es probable que desde allí los fenicios lo trajeran a la Península Ibérica, pero lo que sí es cierto es que los romanos lo repartieron por todo el Mediterráneo. En Japón se introdujo en fechas antiguas la costumbre de cultivar almendros, como elemento decorativo, formando parte, junto con los cerezos, de sus paisajes más espectaculares y pasando después a identificar toda una escuela de pintura típica japonesa, imitada posteriormente por algunos pintores europeos (impresionistas y postimpresionistas, especialmente Van Gogh). En España, Sorolla, el pintor de la luz levantina, también dibujo este árbol en sus cuadros para reflejar el típico paisaje de su tierra de origen.

Ricas almendras listas para comprar en una típica tienda de variantes
En nuestro país, segundo productor mundial de almendras, está presente en cualquier lugar, pero especialmente en las islas Baleares, Cataluña, Levante, Murcia y Andalucía. Hay enormes extensiones de cultivo en la zona levantina, muchas de ellas, probablemente de origen árabe y se cuenta por cientos las variedades siendo las de mayor importancia la marcona, planeta, largueta, mallorca, valencia, amarga, fita y mollar. En Madrid existen algunos pequeños bosquetes como éste de los Molinos en el parque del Capricho e incluso en el Retiro (Paseo del Duque Fernán González, cerca de la escultura del Ángel Caído, donde estuvo la antigua real Fábrica de Porcelanas del Buen Retiro) y además hay ejemplares sueltos en multitud de lugares de la ciudad.

Almendros en el  Retiro, cerca de la plaza del Ángel Caído.
Pero si el almendro junto con el olivo y la vid son los tres cultivos tradicionales del mediterráneo es porque,  además del placer que percibimos por su apariencia y su aroma, es fuente de una gran variedad de recursos y desde muy antiguo se ha utilizado en nuestro beneficio de muchas formas. Veamos algunas.

Ya en algún lugar se hace referencia al báculo de Aarón como hecho de la madera del árbol. Y es cierto que su madera, dura y pesada, es empleada por escultores y torneros y resulta un buen combustible.

La goma que a menudo exudan los almendros como defensa contra las enfermedades y los golpes, se ha usado también en la medicina popular como astringente y como aglutinante en polvos de farmacia cuando no existían las cápsulas.

Las cáscaras de la almendra trituradas sirven con frecuencia para falsificar la canela y para transformar en coñac los vinos blancos añejos y la cubierta verde resulta un buen forraje consumido con agrado por ovejas y cabras.

Almendros del parque después de la floración
De todas formas, el almendro es un árbol frutal por excelencia y desde muy antiguo es la gastronomía la principal destinataria de éste fruto. En su variedad dulce, además del consumo directo como aperitivo o complemento dietético, con las almendras se elaboran los conocidos mazapanes, turrones, peladillas, etc.,  típicos de la época navideña y forman parte de los variados rellenos de las diferentes carnes preparadas también en ese momento del año.

Las almendras son ricas en proteínas y fósforo, tienen mucho aceite, más calcio que la leche y más hierro que las lentejas. Además son un buen reconstituyente para el sistema nervioso. Con la almendra triturada, mezclada con azúcar y agua, se prepara una leche alternativa para quienes no toleran la de origen animal.

Sus propiedades como narcótico y calmante se conocen desde muy antiguo y su uso medicinal estaba ya muy extendido en la época medieval. También es habitual el uso de su aceite en cosmética. El aceite se extrae por presión en frío y es ideal para la piel y en masajes. 

La almendra amarga (almendruco) es necesario manejarla con precaución ya que contiene una serie de azúcares que pueden transformarse en cianuro y resultar tóxicas si se consumen en cantidad. Con ellas puede prepararse agua destilada, de propiedades antiespasmódicas (a pequeñas dosis y con vigilancia médica). Parece ser que ya los sacerdotes de Isisen en el Antiguo Egipto fueron quienes descubrieron las propiedades del cianuro al efectuar la destilación de las almendras de las semillas del melocotón.

Almendros en flor. (Foto Ayuntamiento de Madrid)
En cualquier caso, si nuestra visita a la Quinta de los Molinos se produce en la época de la floración, todos estos usos del árbol pasarán a segundo término y será su impresionante apariencia la que nos dejará deslumbrados. El espectáculo de contemplar un almendro en flor es grandioso; cada rama, cada flor, nos permitirá apreciar perfección en las formas y una gama de tonalidades espectacular. En el color que nos deslumbrará. Su fugacidad es otro de los aspectos que lo hace aun más valioso: en función de la climatología, dispondremos de una o dos semanas al año para disfrutar de él. Será a finales de febrero cuando podremos presenciar esta maravilla de la naturaleza, si el clima lo permite y estamos atentos, ya que podría adelantarse o retrasarse. Además, a la corta duración de la floración hemos de sumar el hecho de que sí el momento es lluvioso, las flores caerán del árbol antes de lo previsto.

Recuperada la cordura tras el espectáculo presenciado, volvemos a la carretera y nos adentramos en la finca, sabiendo que más adelante volveremos a topar con nuevas plantaciones que nos hará comprender porque se conoce este lugar como el “parque de los almendros” de nuestra ciudad.

Lago
Casi al final de la carretera, atravesado el Arroyo de los Trancos, hoy convertido en una vaguada casi seca, llegamos a la parte más antigua de la quinta y en la que encontramos las principales construcciones. Terrazas, invernaderos, estanques, y los dos palacetes merecen una visita detenida. Por supuesto, no podemos dejar de contemplar los dos molinos que dieron nombre a la finca, así como la curiosa pista de tenis que tanto trabajo de movimiento de tierras supuso para su construcción.

Palacio
El palacete edificado en la zona norte, junto al límite de la finca (hoy calle Juan Ignacio Luca de Tena) constituye el núcleo inicial de la Quinta. Su construcción se inició en 1925 y es el único exponente que se conserva en nuestra ciudad de la conocida como arquitectura racionalista madrileña del siglo XX. Se trata de un palacio con formas simples, funcionales, que atiende fundamentalmente a las necesidades del urbanismo moderno, en el que destaca la torre que lo remata, formada por cuerpos superpuestos como una pirámide. A su derecha, un impresionante cedro. A su izquierda, uno de los molinos originales, un depósito de presión para repartir el agua extraída y una pequeña alberca. Frente al él y a sus lados, los restos de un jardín/rosaleda en los que actualmente las rosas alternan con otro tipo de flores y abundante césped.

Como el terreno era pendiente, toda la zona se encuentra aterrazada, empezando por la pista de tenis que se excavó longitudinalmente sobre la pendiente, manteniendo a sus lados los taludes a modo de gradas.  

Segundo molino junto a la Casa del reloj
También se encuentra en esta zona de la finca la Casa del Reloj, que se construyó como residencia de verano de la familia Cort. Orientada hacia el sur, próxima a los Estanques Gemelos y al Lago de aguas tranquilas y gran belleza. A su lado, el segundo molino original se muestra altanero destacando sobre las terrazas.

El resto de la finca merece un paseo tranquilo. Los más de 1.500 almendros no son el único elemento vegetal digno de admiración: setos de coníferas que se plantaron para aislar del viento las plantaciones de cultivo y marcar los caminos, olivos (no podían faltar en una finca mediterránea), cipreses, pinos, eucaliptos, cedros y mimosas, espectaculares mimosas, nos llevarán en cualquier época del año de sorpresa en sorpresa. Con el oído atento, podremos escuchar al mirlo, al pájaro carpintero y, por supuesto, a la agresiva cotorra argentina plaga actual de nuestros parques.

Olivos en la finca

Mimosa
Y a pocos metros de la Quinta de los Molinos, avanzando por la calle de Alcalá, alejándonos de la ciudad, otra impresionante finca: la de Torre Arias. ¿Nos suena, verdad? Con razón. Esta finca pertenece a la familia Torre Arias, igual que en su momento perteneció la de los Molinos, y se encuentra en trámite de incorporación al patrimonio municipal. Éste fue el deseo de su última propietaria y cabeza visible del Condado de Torre Arias, dona Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno y Seebacher (1923-2012), VIII condesa de Torre Arias (entre 1979 y 2012) y nieta de aquel conde Ildefonso que cediera la Quinta de los Molinos al arquitecto Cort. Así que cuando se resuelva la herencia, podremos asomar nuestros curiosos ojos a la que es la última finca privada de la nobleza madrileña en las afueras de la ciudad. Pero esa será otra historia.

El inicio de la floración heraldo de la primavera.



Bibliografía consultada
Árboles Madrileños. Antonio López Lillo y Antonio López Santalla. Obra Social Cajamadrid (Edición digital).
Guía de INCAFO de los árboles y arbustos de la Península Ibérica. Ginés López González.
Más de 100 árboles madrileños. Felipe Castilla Lattke y Emilio Blanco Castro. Ed. La Librería.
El alma de los árboles. Miguel Herrero Uceda. Elam editores


Publicado en diciembre de 2013

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